Con este el lío del montepío de la mezquita en Sevilla le deberían preguntar al prelado hispalense, el cardenal Amigo Vallejo que fue obispo en Tánger y que se dio a conocer en Sevilla cuando un día cogió el barco y se plantó en Sevilla desde el norte de Marruecos para abrigarse a un Buen Fin con el báculo “magefesa”, si es partidario del discutido proyecto. A lo mejor le abre las puertas del primer templo metropolitano a los “morancos” como a los nazarenos del Polígono San Pablo.
Sevilla está llena de monumentos de la época de los moros. La misma Catedral fue mezquita. Y en tiempos no muy lejanos, se restauró la Buhaira, un palacio musulmán situado en la zona noble de Nervión.
Allí vive, cerca de este refugio árabe, el mojamé Ben Yessef, que ha pintado hasta el cartel de la Cabalgata de Reyes Magos del Ateneo, cuyo cortejo recorre las calles para repartir juguetes a los más pequeños, como cuando hace 2.000 años los verdaderos monarcas de Oriente le llevaron oro, incienso y mirra al Niño Jesús en el portal del Belén pastores.
En estos días, cuando el debate de “mezquita si o mezquita no” está en pleno lucha mediática, vendría bien la figura del recordado Emilio El Moro, que en el desaparecido San Fernando o en el Cervantes, con la compañía del inolvidable Juanito Valderrama –casi siempre iba el melillense en este espectáculo--, cantaba a la guitarra y por lo bajini, con chilaba y turbante, aquello de Jamás jamarás jamón de pata negra.
El mojamé Félix Machuca, que era en su juventud muy progre y revolucionario, escribe en el periódico de pequeño formato que los moros son muy malos con los paisanos que pierden aceite y con las mujeres llenas de velos menos por la parte que se ve el bosque de Transilvania.
Charadas aparte, hay que estar con los pies en el suelo y darse unos pellizquitos porque estamos en el siglo XXI. Aquí, en Sevilla, a pesar de los pasopalios, el barco de los Panaderos, el caballo del romano de la Esperanza de Triana, la Centuria Macarena marcando el paso de la Sentencia y el pregón cofradiero de Antonio Burgos para el 2008, que fue otro proge revolucionario que escribía de batallitas antifranquistas en el desaparecido Triunfo y los discursos de Rojas Marcos, que era algo así como un bererebe del Atlas Mayor en Sevilla –aquí, nos conocemos todos--, hay una mezcla de sangre tartésica, romana y musulmana, con el rebujito de la reconquista de Fernando III el Santo, que llegó a vestirse de mojamé para unir a los dos pueblos. Yo tengo la foto del histórico grabado que causaría sensación al tío del bigote.
En Sevilla hay mucha hipocresía. Es un vicio muy generalizado. Pocos articulistas son capaces de escribir con tanta saña y furor sobre ciertos temas que se consideran tabús en esta Sevilla de nuestros amores. Se castiga siempre al que se puede herir fácilmente. Tirando la piedra y escondiéndose cobardemente tras las siglas de un medio. No hay valor suficiente para tocar otras cuestiones ciudadanas que son mucho más graves –si yo te contara Félix--, porque entonces jamás se jamará el jamón de pata negra.
Fernando Gelán
Sevilla está llena de monumentos de la época de los moros. La misma Catedral fue mezquita. Y en tiempos no muy lejanos, se restauró la Buhaira, un palacio musulmán situado en la zona noble de Nervión.
Allí vive, cerca de este refugio árabe, el mojamé Ben Yessef, que ha pintado hasta el cartel de la Cabalgata de Reyes Magos del Ateneo, cuyo cortejo recorre las calles para repartir juguetes a los más pequeños, como cuando hace 2.000 años los verdaderos monarcas de Oriente le llevaron oro, incienso y mirra al Niño Jesús en el portal del Belén pastores.
En estos días, cuando el debate de “mezquita si o mezquita no” está en pleno lucha mediática, vendría bien la figura del recordado Emilio El Moro, que en el desaparecido San Fernando o en el Cervantes, con la compañía del inolvidable Juanito Valderrama –casi siempre iba el melillense en este espectáculo--, cantaba a la guitarra y por lo bajini, con chilaba y turbante, aquello de Jamás jamarás jamón de pata negra.
El mojamé Félix Machuca, que era en su juventud muy progre y revolucionario, escribe en el periódico de pequeño formato que los moros son muy malos con los paisanos que pierden aceite y con las mujeres llenas de velos menos por la parte que se ve el bosque de Transilvania.
Charadas aparte, hay que estar con los pies en el suelo y darse unos pellizquitos porque estamos en el siglo XXI. Aquí, en Sevilla, a pesar de los pasopalios, el barco de los Panaderos, el caballo del romano de la Esperanza de Triana, la Centuria Macarena marcando el paso de la Sentencia y el pregón cofradiero de Antonio Burgos para el 2008, que fue otro proge revolucionario que escribía de batallitas antifranquistas en el desaparecido Triunfo y los discursos de Rojas Marcos, que era algo así como un bererebe del Atlas Mayor en Sevilla –aquí, nos conocemos todos--, hay una mezcla de sangre tartésica, romana y musulmana, con el rebujito de la reconquista de Fernando III el Santo, que llegó a vestirse de mojamé para unir a los dos pueblos. Yo tengo la foto del histórico grabado que causaría sensación al tío del bigote.
En Sevilla hay mucha hipocresía. Es un vicio muy generalizado. Pocos articulistas son capaces de escribir con tanta saña y furor sobre ciertos temas que se consideran tabús en esta Sevilla de nuestros amores. Se castiga siempre al que se puede herir fácilmente. Tirando la piedra y escondiéndose cobardemente tras las siglas de un medio. No hay valor suficiente para tocar otras cuestiones ciudadanas que son mucho más graves –si yo te contara Félix--, porque entonces jamás se jamará el jamón de pata negra.
Fernando Gelán
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