La sede de la Asociación de la Prensa de Sevilla es el escenario escogido por José María García González, periodista y escritor, para presentar su primera novela publicada "Pájaros y brumas" (Editorial El último Dodo). El acto tendrá lugar el próximo jueves, 9 de noviembre, a las 19.30 horas, y acompañarán al autor Rafael Rodríguez, presidente de la APS, y Miguel García, editor de la obra. El autor de "Pájaros y brumas", José María García González, ejerció su profesión de periodista en Radio Nacional de España durante veinticinco años. En ese tiempo produjo también una obra literaria que permaneció inédita -casi se puede decir oculta- hasta que ahora, de mano de la editorial El último Dodo, ve la luz en forma de un libro que sorprenderá gratamente a muchos.
Nacido en Quintanaopio (Burgos), villa que ambienta parte de los acontecimientos de la novela, José María García fue protagonista del éxodo rural que asoló el campo español en los años del desarrollismo, y alternó los estudios de periodismo en Madrid con la venta ambulante y la hostelería. Ahora, en "Pájaros y brumas", ofrece una mirada nostálgica y mágica sobre el pasado del valle de Caderechas, en la provincia de Burgos, retratando un mundo ya desaparecido, pero no muerto ni olvidado.
La novela cuenta las visitas de una joven llamada Ana a su abuelo, Marcelo Gumbela, en la residencia en la que éste vive. Apenas se conocen, pues el padre de Ana se la llevó al extranjero cuando era muy pequeña. Ahora, Ana desea que su abuelo le cuente los orígenes de su familia en el valle de Caderechas, al que su padre jamás volvió.
'Pájaros y brumas' maneja, por una parte, un costumbrismo delicioso y un tono de retrato popular que lo emparentan con la narrativa de Miguel Delibes (quien mejor supo capturar el alma del pueblo castellano) o con el Cela de Viaje a la Alcarria. Por otra, su lírica a la hora de describir los paisajes del valle de Caderechas, su luz y sus aromas y las sensaciones que provocan traen reminiscencias de la poesía de Antonio Machado (un extracto de sus Galerías abre la novela). Pero los materiales con los que el autor construye su obra van más allá, y convierten Quintanaopio en su Macondo particular.
El realismo mágico no termina ahí, sino que la fantasía brota de lo cotidiano y los sucesos sobrenaturales se entremezclan con los ordinarios, logrando que sean indistinguibles y ambos tengan así la misma credibilidad. Cestos de mimbre con asombrosas propiedades conservantes, ancianas que sellan caminos con dos simples bastones, niños que no crecen, buhoneros que aparecen cuando el pensamiento los invoca, y hasta una leyenda enmarcada -propia de Las mil y una noches o de Los cuentos de Canterbury-, son algunos de los prodigios que se convierten en vivencias mundanas para los vecinos del valle de Caderechas.
"Pájaros y brumas" muestra una serie de tipos de extracción popular, reconocibles e identificables como propios: el indiano que ha retornado rico e ilustrado de América, el párroco, los guardias civiles, los diversos vecinos con sus oficios manuales y, en una mirada a esa sociedad del pasado rica en oficios ambulantes, afiladores, buhoneros y segadores llegados desde Galicia (castellanos de Castilla, tratade ben ós galegos...)
En su ritmo narrativo, "Pájaros y brumas" es una lectura de medio tiempo, plácida, que se beneficia del sosiego que le inyecta tanto el tono ensoñador de los pasajes más líricos como de la oralidad y del carácter popular de los recuerdos de Marcelo Gumbela. El léxico es escogido, sin excesos, y la construcción del texto intenta no estirar demasiado las oraciones, para no lastrar la lectura. En este aspecto, al igual que en la habilidad para dotar a cada personaje de una voz propia en los diálogos, se percibe la búsqueda de la expresividad, pero también el deseo de mantener la sencillez, de huir del artificio.
A través de la memoria de Marcelo y de la intrahistoria de las gentes de Caderechas asistimos también a un ejercicio de costumbrismo e incluso de etnografía: las labores agrícolas regidas por los ciclos lunares, la taberna como lugar de reunión, las festividades populares, la hospitalidad, la vestimenta, la dieta, los oficios... un montón de pequeños detalles, incluso si dan lugar a escenas brutales y desagradables, por los que vamos pasando de mano del autor y sus personajes para conocer un poco más de un pasado que merece la pena conservar como memoria de lo que fuimos.
Dos son los logros principales de José María García González: el primero, transmitir y contagiar la nostalgia por un mundo que se desvanece, el de la España rural que comenzó a morir en los años 50 con el mayor éxodo rural de nuestra historia. Un mundo que los nacidos en la ciudad conocemos precisamente por las historias de nuestros padres y abuelos, y que el autor consigue que resulten cercanas, conocidas, familiares, creíbles. El segundo, en relación con esto, alcanzar fácilmente la suspensión de incredulidad cuando introduce el componente fantástico, pues estamos ante una obra de esa forma de la fantasía que tan bien entronca con el costumbrismo y los escenarios tradicionales y populares: el realismo mágico.
El resultado es una invitación a la nostalgia, a recordar el mundo de muchos de nuestros padres y abuelos que, si no fue mejor que el nuestro, en narraciones como esta "Pájaros y brumas", al menos aparece más puro y más pleno, aun cuando relate injusticias, sufrimientos y crueldades. José María García González ha tardado en sacar su obra a la luz, pero lo ha hecho con una novela de lectura agradable, para disfrutar sin prisas, reconstruyendo las historias (y haciéndolas reales, por prodigiosas que sean) de gente común, ya desaparecida y olvidada, de un pequeño rincón del mundo rodeado de manzanos y cerezos en el angosto valle de Caderechas.
"Pájaros y brumas" es la segunda novela publicada por la editorial granadina El último Dodo, tras los tres tomos que componen la generacional Martín Zarza, de Miguel García.
* Pulsar para más información:
La novela cuenta las visitas de una joven llamada Ana a su abuelo, Marcelo Gumbela, en la residencia en la que éste vive. Apenas se conocen, pues el padre de Ana se la llevó al extranjero cuando era muy pequeña. Ahora, Ana desea que su abuelo le cuente los orígenes de su familia en el valle de Caderechas, al que su padre jamás volvió.
'Pájaros y brumas' maneja, por una parte, un costumbrismo delicioso y un tono de retrato popular que lo emparentan con la narrativa de Miguel Delibes (quien mejor supo capturar el alma del pueblo castellano) o con el Cela de Viaje a la Alcarria. Por otra, su lírica a la hora de describir los paisajes del valle de Caderechas, su luz y sus aromas y las sensaciones que provocan traen reminiscencias de la poesía de Antonio Machado (un extracto de sus Galerías abre la novela). Pero los materiales con los que el autor construye su obra van más allá, y convierten Quintanaopio en su Macondo particular.
El realismo mágico no termina ahí, sino que la fantasía brota de lo cotidiano y los sucesos sobrenaturales se entremezclan con los ordinarios, logrando que sean indistinguibles y ambos tengan así la misma credibilidad. Cestos de mimbre con asombrosas propiedades conservantes, ancianas que sellan caminos con dos simples bastones, niños que no crecen, buhoneros que aparecen cuando el pensamiento los invoca, y hasta una leyenda enmarcada -propia de Las mil y una noches o de Los cuentos de Canterbury-, son algunos de los prodigios que se convierten en vivencias mundanas para los vecinos del valle de Caderechas.
"Pájaros y brumas" muestra una serie de tipos de extracción popular, reconocibles e identificables como propios: el indiano que ha retornado rico e ilustrado de América, el párroco, los guardias civiles, los diversos vecinos con sus oficios manuales y, en una mirada a esa sociedad del pasado rica en oficios ambulantes, afiladores, buhoneros y segadores llegados desde Galicia (castellanos de Castilla, tratade ben ós galegos...)
En su ritmo narrativo, "Pájaros y brumas" es una lectura de medio tiempo, plácida, que se beneficia del sosiego que le inyecta tanto el tono ensoñador de los pasajes más líricos como de la oralidad y del carácter popular de los recuerdos de Marcelo Gumbela. El léxico es escogido, sin excesos, y la construcción del texto intenta no estirar demasiado las oraciones, para no lastrar la lectura. En este aspecto, al igual que en la habilidad para dotar a cada personaje de una voz propia en los diálogos, se percibe la búsqueda de la expresividad, pero también el deseo de mantener la sencillez, de huir del artificio.
A través de la memoria de Marcelo y de la intrahistoria de las gentes de Caderechas asistimos también a un ejercicio de costumbrismo e incluso de etnografía: las labores agrícolas regidas por los ciclos lunares, la taberna como lugar de reunión, las festividades populares, la hospitalidad, la vestimenta, la dieta, los oficios... un montón de pequeños detalles, incluso si dan lugar a escenas brutales y desagradables, por los que vamos pasando de mano del autor y sus personajes para conocer un poco más de un pasado que merece la pena conservar como memoria de lo que fuimos.
Dos son los logros principales de José María García González: el primero, transmitir y contagiar la nostalgia por un mundo que se desvanece, el de la España rural que comenzó a morir en los años 50 con el mayor éxodo rural de nuestra historia. Un mundo que los nacidos en la ciudad conocemos precisamente por las historias de nuestros padres y abuelos, y que el autor consigue que resulten cercanas, conocidas, familiares, creíbles. El segundo, en relación con esto, alcanzar fácilmente la suspensión de incredulidad cuando introduce el componente fantástico, pues estamos ante una obra de esa forma de la fantasía que tan bien entronca con el costumbrismo y los escenarios tradicionales y populares: el realismo mágico.
El resultado es una invitación a la nostalgia, a recordar el mundo de muchos de nuestros padres y abuelos que, si no fue mejor que el nuestro, en narraciones como esta "Pájaros y brumas", al menos aparece más puro y más pleno, aun cuando relate injusticias, sufrimientos y crueldades. José María García González ha tardado en sacar su obra a la luz, pero lo ha hecho con una novela de lectura agradable, para disfrutar sin prisas, reconstruyendo las historias (y haciéndolas reales, por prodigiosas que sean) de gente común, ya desaparecida y olvidada, de un pequeño rincón del mundo rodeado de manzanos y cerezos en el angosto valle de Caderechas.
"Pájaros y brumas" es la segunda novela publicada por la editorial granadina El último Dodo, tras los tres tomos que componen la generacional Martín Zarza, de Miguel García.
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