martes, 30 de enero de 2018

COFRADÍAS.- El Consejo de Hermandades de Sevilla concede al periodista y columnista de ABC, José Félix Machuca, y a los fotógrafos, Fernando Salazar-Ángel Bajuelo, los Premios "Fernando Carrasco" y "Jesús Martín Cartaya"




* El jurado ha fallado los premios de esta segunda edición que se entregarán el próximo 22 de febrero en el salón de actos del Círculo Mercantil

Este martes se reunió el jurado de los II Premios de Periodismo y Fotografía, convocados por el Consejo de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Sevilla, titulados “Fernando Carrasco” y “Jesús Martín Cartaya”, respectivamente.
Los trabajos elegidos fueron: El artículo del periodista José Félix Machuca, con el título “Un sueño que se aleja”, publicado en mayo de 2017 en la revista mensual Pasión en Sevilla de ABC.
La fotografía premiada por el Consejo es obra de Fernando Salazar-Ángel Bajuelo, publicada en la portada de la Revista Cuaresma de 2017.
El jurado ha estado compuesto por el presidente del Consejo, Joaquín Sainz de la Maza, el vicepresidente del Consejo, Antonio Piñero, el secretario del Consejo, Carlos López Bravo, el portavoz del Consejo, Juan José Morillas, el asesor de comunicación del Consejo, Moisés Ruz, el hermano mayor de la Hermandad Sacramental de la Magdalena, José Roda, el periodista del Diario de Sevilla, José Joaquín León, y el fotógrafo colaborador del Boletín de las Cofradías, Rafael Alcázar.
El acto de entrega de los premios se celebrará el próximo 22 de febrero a las 12:00 horas en el salón de actos del Círculo Mercantil, sita en calle Sierpes 65.
Desde el Consejo se quiere agradecer tanto a los periodistas como a los fotógrafos que han participado, en un elevado número, en esta segunda edición.

EL ARTÍCULO DE JOSÉ FÉLIX MACHUCA, PREMIADO POR EL CONSEJO
UN SUEÑO QUE SE ALEJA, POR FÉLIX MACHUCA
Deslumbrado por la candelería de los días principales y guardando en la memoria los instantes más conmovedores que marcaron la semana, a uno le traspasa el epitafio de las horas finales, que siempre se hace la misma pregunta: ¿qué palio será el último que vea, el que definitivamente cierre la semana más esperada del año? Y todo es como un sueño que se aleja, según bendita estrofa popular por sevillanas. Se va el palio meciendo sus caderas, con las bambalinas apoyando la música, entre una nube de incienso que imita a las fotografías con más arte. Ya no ves un rostro. Ni el frontal de un respiradero de plata turdetana. Ves el tobogán sentimental de un manto, la cola triste y apesadumbrada de la gente de la hermandad que va sintiendo lo mismo que tú. Asidos a la santidad de una orfebrería. O al respiradero de la trasera para oxigenar sus penas. Van cabizbajos, como derrotados, acogidos al manto protector de su devoción y también empeñados en que las horas sean tan lentas como las del verano de un niño. Van de regreso. De recogida. Amortizando el sueño. Ese sueño que se aleja, que a cada llamada de martillo se te escapa un poco más, inevitablemente, cumpliendo con su destino, que no es otro que ser el último palio que ves en una semana donde han ocupado tus anhelos y tus calles.
Y si el primer nazareno que viste por el Porvenir te encendió la candela de todas las ilusiones, el último palio que ves te apaga, con una ráfaga de melancolía, el balcón de tus anhelos, la luz eterna de una ciudad que se apaga en siete días. Observas a los que como tú han ido a ver ese último palio y están tan abatidos en su honda tristeza que puedes recogerlos con palas. Los hombros caídos, las manos en los bolsillos, la mirada gacha, el silencio sonando en sus bocas y la música de los días perdida en una partitura callejera que no sonará igual hasta dentro de un año. En los cristales de las ventanas del centro, de algunas calles del centro, ves reflejada la memoria de los días, como en nuestros ojos guardamos esos instantes marcados por la plenitud y que nos hacen distinguir una semana santa de otra. En esos cristales del centro, por donde se reflejaron filigranas de plata, hilos de oro, olor de santidad, flores enamoradas, cruces y espinas, lágrimas y penas, cornetas y tambores, caricias y mordiscos, yo sigo viendo, mucho después, lo que vi en el día que quedaron atrapados en los espejos. Para siempre. Paso por delante de esas ventanas, de esos balcones, cerrados como si estuvieran de luto, cuando aún la cera se nos pega a las suelas de los zapatos, para recordarlos en los ojos de sus ventanas. Son ráfagas, secuencias inmediatas, segundos partidos por dos, que como fantasmas alegres y musicales reaniman mi memoria. Y entonces veo el barquito que lleva Consolación en su mano. Los rosarios de Dolores. El clavo y la canela del pañuelo de Angustias. La mirada adolescente de Guadalupe. Las bambalinas que fueron al conservatorio para hacerse gitanas y convertir el Dulce Nombre en una bulería del cielo. La espiga panadera. El pelícano el Amor…
Todo se va terminando como un sueño que se aleja. Hasta que la trasera del último palio terminó con lo que se daba. Benditos cristales de las ventanas del centro que, como en el espejo de Alicia, encerraron para el que se atreva a traspasarlos, las mejores fantasías, la mágica percepción que la realidad te obtura y la ensoñación te descubre.

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