Era una época en la que aún a nuestra querida España no llegaban tantos turistas, pero Sevilla, en esta época navideña, tenía su tirón popular dentro del escaso número de visitantes que llegaba a nuestra piel de toro. En los barrios, las mejores luces la formaban los numerosos coros de campanilleros que estaban formados por gente de todas las capas sociales. Todos cantaban con orgullo y pasión el camino a Belén, siguiendo la buena Estrella. En estas populares bullas del pasado siglo se brindaba por el futuro con una copa de aguardiente. Y en estas reuniones que se celebraban en las parroquias y en los acogedores hogares sevillanos y casas de vecinos nunca faltaban los pestiños, los roscos de vino y los mantecados de Estepa, que se repartían con júbilo entre todos los que participaban en la alegre fiesta de la Navidad hispalense. Pero ya se sabe que las ciencias adelantan que es una barbaridad. Por ello es totalmente lógico que en este siglo XXI haya más luces en las calles de Sevilla y más atractivos por la ley del poder político, económico –dentro de la crisis--, y electrónico. Pero desde hace muchos años todo estaba ya inventado en esta tierra de María Santísima.
Y si la Navidad en esa Sevilla histórica de mediados del siglo XX contaba con estas buenas luces, eran numerosos los ciudadanos y ciudadanas que celebraban en los hoteles la fiesta de Fin de Año con sus populares cotillones. Asimismo, en los grandes teatros de nuestra ciudad, el San Fernando y el Cervantes --y posteriormente el Álvarez Quintero de Laraña--, se hacía un alto en las funciones para tomar las doce uvas en compañía de los artistas. El mapping de aquella época estaba creado por los tramoyistas que montaban los grandes decorados para los brillantes espectáculos de luz, color, sonido para la comedia, el drama, la copla, el flamenco, la revista, la magia, el fuego o el circo. Y la guinda de toda esta bulla histórica era, sin duda alguna, la gran Cabalgata de Reyes Magos del Ateneo de Sevilla, que durante muchos años se organizó en el mismo redondel de la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería, con sus carrozas tiradas por mulas, estrella de la ilusión, reyes, beduinos y adornados burros con las angarillas llenas de juguetes. Nada se proyectaba sobre una fachada. La gran fiesta sevillana de invierno, que era más compartida y popular, ya se había inventado y se vivía totalmente en directo.
FERNANDO GELÁN, periodista y Medalla de Oro de la Ciudad de Sevilla.
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