¿Qué es Sevilla en Semana Santa? ¿Qué amor colectivo irradia el corazón de los sevillanos durante la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo? ¿Qué hace diferente en esta ciudad esta gran manifestación de religiosidad popular? ¿Qué atracción produce la forma en la que se representan los pasajes evangélicos para que hasta personas de diferentes ideologías y sentimientos no solo se queden en una aproximación de todo cuanto se desarrolla en las calles, sino que además quieren ser sujetos activos en todos los grandes cultos externos?
La Semana Santa de Sevilla es una espiral de atractivos para propios y extraños. Son muchísimas las personas que desean tomar parte en las filas de penitentes con la túnica nazarena o con la cruz penitencial. Existe desde niño una atracción especial para participar en esta fiesta religiosa, cuya tradición nace en la propia familia por motivos generacionales. Por muy repetida que pueda parecer cada Semana Santa, el capillita, el cofrade, siempre encontrará una imagen inédita --el varal, la cartela, la flor, la cera, el exorno floral, la música, la saeta, la levantá…--. Todo queda grabado en las retinas para esa historia personal e íntima de unas vivencias que se renuevan cada año. Asimismo, el peregrino, el visitante que llega a Sevilla para conocer la Semana Grande de Pasión para vivir la fe y la reflexión cristiana de estos días pasionales, solo se tiene que dejar arrastrar por esa corriente imparable que crea la propia eclosión de las personas que cada año ponen los pasos de nuestras cofradías y hermandades en las calles de la ciudad. Las cofradías, obras de siglos, asociaciones de cristianos incombustibles al tiempo y a toda clase de ataques, han sabido mantener su fe incorruptible, para que el mensaje de Cristo, su entrega para la Salvación, no se altere en ningún momento.
En cualquier casa sevillana, por muy modesta que sea, habrá una túnica, una foto del besamanos de la Virgen, una luz, aunque sea imaginaria, alumbrando la fe de un Cristo al que siempre se le mirará con ojos de fe y esperanza. También es muy elevado el número de jóvenes que se apasionan por colocarse el costal para meterse debajo de las trabajaderas. También atrae golpear el martillo de capataz, porque tiene un signo de grandeza levantar un paso y llevarlo por las calles de Sevilla.
Están dentro de este contexto los sevillanos que solo se conforman con poder vivir íntimamente la belleza y la armonía de la representación pasional, que lógicamente les inducen a situarse cerca del espacio privilegiado en el cual está perfectamente reproducida la escena protagonizada por Cristo, según la imaginería y el arte que se ha establecido en la propia ciudad, o, al contrario, mirar fijamente toda la riqueza que rodea a una Dolorosa bajo su paso de palio, armonioso, perfecto y justo, que es, sin duda alguna, otro de los grandes atractivos de nuestra Semana Mayor.
Todo lo que se ha creado en Sevilla para celebrar la Semana Santa --pasos, nazarenos, penitentes con sus cruces, bandas de músicas, saetas, orfebrería, tallas, bordados y hasta las mismas bullas…--, tiene un tremendo poder de excitación para cualquier persona, sea de la condición social más elevada o más humilde --en la propia Cofradía se unen y hermanan intelectuales, profesionales, trabajadores, administrativos…--, porque representan para la vida del sevillano una inmensa alegría de vivir una fe compartida.
Sevilla en Semana Santa es una renacida Jerusalén. En nuestra ciudad no están los viejos lugares de Tierra Santa, pero cuenta con la mejor Semana de Pasión jamás soñada para conmemorar la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Tras los solemnes y numerosos actos litúrgicos programados durante los días de la Cuaresma, Sevilla echa sus pasos a la calle. Y en esta manifestación de religiosidad popular, dedicada al Cristo Salvador y a su Bendita Madre la Virgen María, se vive con enorme fe y sentimiento la Gran Semana Mayor. La espectacular representación pública de la gran historia del cristianismo que se celebra en nuestra ciudad, provoca, además, unas vivencias seculares, heredadas por generación, y que se meten dentro del cuerpo como eternos estigmas, para crear no solo un medio de purificación, sino un placer tremendo y un júbilo que es totalmente compartido por todo el pueblo.
FERNANDO GELÁN.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario