FÚTBOL.- La Liga se decidía en Nervión. Pero el Sevilla terminó asustando al líder con diez hombres
Sevilla F.C., 2; Barcelona C.F., 3.-
Mucha tela marinera este Sevilla-Barcelona que se jugaba en Nervión. Atrás quedaba la Copa, donde los blancos dejaron K.O. al mejor equipo del mundo. Pero este partido de Liga, el penúltimo del torneo, era y fue muy diferente. El cuadro que ahora prepara Antonio Álvarez podía dar la gloria a los culés o a los merengues del Bernabéu. Era y fue un partido de cara y cruz. De visto y bien visto. Era y fue más que una final. De vete ya por ahí que quiero consolidar la Champions.
Las espadas estaban en todo lo alto, porque, además, el Sevilla de Álvarez se había venido arriba en los últimos partidos y la goleada --1-5--, en Santander barruntaba un descalabro para el Barcelona en tierra hispalense. Luego, en la confrontación, en el duelo, puede sonar la flauta o caerte por el barranco. Pero el Sevilla de Antonio Álvarez había dado un cambio prodigioso. Sobre todo, porque el utrerano tiene más lucidez en la cabeza para hacer que los buenos jugadores que hay en la plantilla practiquen un fútbol más adecuado y positivo. Ahí está la ristra de goles conseguidos en dos partidos…
El duelo era titánico. Un volcán en erupción. El mejor partido de la última fase de este torneo de la regularidad que siempre da más que quita a quien se ha entregado con todas sus fuerzas, esperanzas e ilusiones. Bien es verdad que el Barcelona está que se sale. Que tiene un equipo con muchos mimbres para saber qué hacer en los momentos más agobiantes. Es cierto que el cuadro de Guardiola chocó una y mil veces contra aquel muro infranqueable del Inter de Maurinho, pero el Sevilla no es como el equipo italiano, porque su gran fuerte está en los hombres de pegada, como Navas, Capel, Kanouté, Fabiano y Negredo.
Así que el Sevilla, todos a una como en Fuenteovejuna. Morir en un ilusionado intento de acabar con el cuadro catalán. Del Nido dijo que le importaba un pimiento quien fuera el campeón de esta Liga, porque su deseo más vehemente era que el Sevilla ganara este histórico choque para consolidar el cuarto puesto en la Champions. Ante el Barcelona había que hacer esta vez unos buenos deberes. La ocasión era propicia para dar el campanazo. Un partido para decirle adiós a los “culés” o “good bye” a los merengues de Chamartín. El Sevilla pá adelante, que es la meta fundamental para demostrar ser un equipo fuerte y potente.
Nervión, por tanto, fue testigo del gran desenlace. El Sevilla estuvo torpe y perdido en el primer tiempo. No encontraba los recursos futboleros para zanjar la tormenta azulgrana. El Barcelona dominó ampliamente este primer periodo con un fútbol disciplinado, con total control, con juego mágico y aprovechando los grandes titubeos locales. Así llegaron pronto los dos primeros goles, sin que Palop pudiera hacer nada frente a los disparos de los rematadores azulgranas. Quizás el tanto de Messi rozó el fuera de juego, pero ya se sabe el problema de los árbitros. El segundo gol barcelonista de Bojan fue una jugada primorosa de los culés, que eran inconformistas en todo momento. La entrega del equipo de Pep Guardiola fue total, sin dejar sobre la yerba otras malas tentaciones.
Sin embargo, curioso, la segunda parte fue diferente, distinta, espléndida y llena de emociones. Había marcado Pedro el tercer gol azulgrana y todo hacía prever que el Sevilla bajaba los brazos y tiraba la toalla. Pero los hombres de Álvarez cambiaron de mentalidad y hasta con un hombre menos, por expulsión de Konko, el equipo de Nervión dio toda una lección de entrega, pundonor, sacrificio y espíritu de lucha. Atinó Kanouté en hábil jugada y este 1-3 puso a hervir el Sánchez Pizjuán. Pero aún quedaba más hierro en este encuentro, porque en una falta sacada sobre el portal de Valdés, Fabiano acertó a engañar a Pujol y marcar el 2-3. A partir de este momento, la lucha fue titánica, asombrosa, magistral y espectacular. Los de Nervión buscaron con enorme garra el empate, ante un Barcelona que se restregaba los ojos porque no salía de su asombro. En este resurgir sevillista le hicieron un claro penalti a Kanouté que el mal juez de la contienda no quiso señalar. Se escapaba por muy poco el hecho heroico y la escalada por parte de un portentoso Sevilla, porque el susto ya se le estaba metiendo en el cuerpo a los azulgranas. Pep Guardiola no salía de su asombro. Al final mandaba a sus hombres a formar una muralla ante Valdés, estilo Maurinho, para frenar el ímpetu y las ganas de un Sevilla desmelenado en busca del empate. A punto estuvo de lograr estas tablas. Se lo había merecido. Esto es fútbol. Aquí se jugó, en Nervión, una auténtica final. Y el Barcelona, a lo largo de los 93 minutos, fue el mejor.
Sevilla F.C., 2; Barcelona C.F., 3.-
Mucha tela marinera este Sevilla-Barcelona que se jugaba en Nervión. Atrás quedaba la Copa, donde los blancos dejaron K.O. al mejor equipo del mundo. Pero este partido de Liga, el penúltimo del torneo, era y fue muy diferente. El cuadro que ahora prepara Antonio Álvarez podía dar la gloria a los culés o a los merengues del Bernabéu. Era y fue un partido de cara y cruz. De visto y bien visto. Era y fue más que una final. De vete ya por ahí que quiero consolidar la Champions.
Las espadas estaban en todo lo alto, porque, además, el Sevilla de Álvarez se había venido arriba en los últimos partidos y la goleada --1-5--, en Santander barruntaba un descalabro para el Barcelona en tierra hispalense. Luego, en la confrontación, en el duelo, puede sonar la flauta o caerte por el barranco. Pero el Sevilla de Antonio Álvarez había dado un cambio prodigioso. Sobre todo, porque el utrerano tiene más lucidez en la cabeza para hacer que los buenos jugadores que hay en la plantilla practiquen un fútbol más adecuado y positivo. Ahí está la ristra de goles conseguidos en dos partidos…
El duelo era titánico. Un volcán en erupción. El mejor partido de la última fase de este torneo de la regularidad que siempre da más que quita a quien se ha entregado con todas sus fuerzas, esperanzas e ilusiones. Bien es verdad que el Barcelona está que se sale. Que tiene un equipo con muchos mimbres para saber qué hacer en los momentos más agobiantes. Es cierto que el cuadro de Guardiola chocó una y mil veces contra aquel muro infranqueable del Inter de Maurinho, pero el Sevilla no es como el equipo italiano, porque su gran fuerte está en los hombres de pegada, como Navas, Capel, Kanouté, Fabiano y Negredo.
Así que el Sevilla, todos a una como en Fuenteovejuna. Morir en un ilusionado intento de acabar con el cuadro catalán. Del Nido dijo que le importaba un pimiento quien fuera el campeón de esta Liga, porque su deseo más vehemente era que el Sevilla ganara este histórico choque para consolidar el cuarto puesto en la Champions. Ante el Barcelona había que hacer esta vez unos buenos deberes. La ocasión era propicia para dar el campanazo. Un partido para decirle adiós a los “culés” o “good bye” a los merengues de Chamartín. El Sevilla pá adelante, que es la meta fundamental para demostrar ser un equipo fuerte y potente.
Nervión, por tanto, fue testigo del gran desenlace. El Sevilla estuvo torpe y perdido en el primer tiempo. No encontraba los recursos futboleros para zanjar la tormenta azulgrana. El Barcelona dominó ampliamente este primer periodo con un fútbol disciplinado, con total control, con juego mágico y aprovechando los grandes titubeos locales. Así llegaron pronto los dos primeros goles, sin que Palop pudiera hacer nada frente a los disparos de los rematadores azulgranas. Quizás el tanto de Messi rozó el fuera de juego, pero ya se sabe el problema de los árbitros. El segundo gol barcelonista de Bojan fue una jugada primorosa de los culés, que eran inconformistas en todo momento. La entrega del equipo de Pep Guardiola fue total, sin dejar sobre la yerba otras malas tentaciones.
Sin embargo, curioso, la segunda parte fue diferente, distinta, espléndida y llena de emociones. Había marcado Pedro el tercer gol azulgrana y todo hacía prever que el Sevilla bajaba los brazos y tiraba la toalla. Pero los hombres de Álvarez cambiaron de mentalidad y hasta con un hombre menos, por expulsión de Konko, el equipo de Nervión dio toda una lección de entrega, pundonor, sacrificio y espíritu de lucha. Atinó Kanouté en hábil jugada y este 1-3 puso a hervir el Sánchez Pizjuán. Pero aún quedaba más hierro en este encuentro, porque en una falta sacada sobre el portal de Valdés, Fabiano acertó a engañar a Pujol y marcar el 2-3. A partir de este momento, la lucha fue titánica, asombrosa, magistral y espectacular. Los de Nervión buscaron con enorme garra el empate, ante un Barcelona que se restregaba los ojos porque no salía de su asombro. En este resurgir sevillista le hicieron un claro penalti a Kanouté que el mal juez de la contienda no quiso señalar. Se escapaba por muy poco el hecho heroico y la escalada por parte de un portentoso Sevilla, porque el susto ya se le estaba metiendo en el cuerpo a los azulgranas. Pep Guardiola no salía de su asombro. Al final mandaba a sus hombres a formar una muralla ante Valdés, estilo Maurinho, para frenar el ímpetu y las ganas de un Sevilla desmelenado en busca del empate. A punto estuvo de lograr estas tablas. Se lo había merecido. Esto es fútbol. Aquí se jugó, en Nervión, una auténtica final. Y el Barcelona, a lo largo de los 93 minutos, fue el mejor.
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