El cartel del día era bastante atractivo. Enrique Ponce tiene sus seguidores y es un maestro consumado. También el joven Castella tiene grandes partidarios y procura entregase al límite. Por su parte, José María Manzanares posee un encanto especial cuando está cumpliendo con su deber en la plaza.
Los toros de Juan Pedro Domecq fueron inlidiables, hasta el sexto de la jornada. Todo fue transcurriendo entre la responsabilidad de los espadas y la muerma respuesta de los morlacos. faltos de fuerzas, con poca casta y escasa bravura, aunque con buena presencia y kilos. Pero no vale sólo la imagen, sino un ganado completo para que no surjan las airadas y continuadas protestas de los espectadores, cansados de contemplar en el Coso del Baratillo reses tan blandengues y faltos de trapío.
Hubo detalles aislados de Ponce, que siempre quiere triunfar en Sevilla; apuestas firmes de Castella, que siempre entrega más y mas en la Maestranza y final apoteósico de Manzanares, por una faena de antología en ese sexto toro llamado "Duendecillo".
En el primero, ante "Copito", Manzanares cumplió ante un toro sin transmisión alguna, soso y falto de fuerzas. Hasta fue devuelto el segundo de Ponce, "Fierecillo", que se cambió por la presidenta, Anabel Moreno, por uno de Parladé, que mantuvo la terquedad de sus hermanos de sangre
Arreció la lluvia. Y hubo rayos y centellas. Fue cuando surgió en el sexto de la tarde-noche la figura magistral de Manzanares. Se cuidó el toro en el tercio de varas y el alicantino se volcó con arte, mando y decisión en su tarea para cortarle las orejas a "Duendecillo", un negro mulato de 509 kilos. Agua a raudales y arte a reventar por parte de Manzanares. En un corto terreno, pases mágicos, muleta de ensueño y naturales de calidad suprema. La gente tenía los paraguas abiertos, pero aplaudían y jaleaban al de Alicante sin miedo al agua que caía del cielo bendito. Sobre el albero, convertido en lodazal, en arena de playa, Manzanares parecía que toreaba en una noche mágica y brillante de playa, a la luz de la luna sevillana. El delirio. Olés y ovaciones. Una oreja y otra. Anabel Moreno no estuvo, esta vez, cortita de genio. Respondió bien a la insistente petición de un público pasado por agua, pero lleno de emociones, de sentimientos y del arte que desplegó el alicantino.
Arreció la lluvia. Y hubo rayos y centellas. Fue cuando surgió en el sexto de la tarde-noche la figura magistral de Manzanares. Se cuidó el toro en el tercio de varas y el alicantino se volcó con arte, mando y decisión en su tarea para cortarle las orejas a "Duendecillo", un negro mulato de 509 kilos. Agua a raudales y arte a reventar por parte de Manzanares. En un corto terreno, pases mágicos, muleta de ensueño y naturales de calidad suprema. La gente tenía los paraguas abiertos, pero aplaudían y jaleaban al de Alicante sin miedo al agua que caía del cielo bendito. Sobre el albero, convertido en lodazal, en arena de playa, Manzanares parecía que toreaba en una noche mágica y brillante de playa, a la luz de la luna sevillana. El delirio. Olés y ovaciones. Una oreja y otra. Anabel Moreno no estuvo, esta vez, cortita de genio. Respondió bien a la insistente petición de un público pasado por agua, pero lleno de emociones, de sentimientos y del arte que desplegó el alicantino.
Paseó por el lodazal el torero con sus dos orejas entre el entusiasmo del público. Llovía y llovía, pero el público aguantó estoicamente en los tendidos que Manzanares diera esa vuelta triunfal con sus merecidos trofeos. No quiso salir por la Puerta de Cuadrillas, llamada por muchos "Puerta Grande", porque aquí, en Sevilla, la más Grande, con mayúsculas, es la del Príncipe. Pasito a pasito, como los buenos costaleros, José María Manzanares fue recibiendo las ovaciones del público, agradecido por ese despertar final que protagonizó Manzanares frente a "Duendecillo". Es la magia de Sevilla. La lluvia en Sevilla en pura maravilla. Sobre todo, si en la Maestranza torea José María Manzanares como lo hizo frente a ese sexto de Juan Pedro.
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