El pasado viernes se celebró en el Parlamento de Andalucía el anual homenaje a Blas Infante, Padre de la Patria Andaluza. Días antes ya comenzaron los dimes y diretes sobre esta convocatoria porque los populares no estaban conformes con la participación de la presidenta de Andalucía. Los representantes del PP en la Cámara pusieron el grito en el cielo, azul por supuesto, porque entendieron que Susana Díaz iba a largar fiesta en el evento para lanzar las campanas de la política socialista al vuelo de la Comunidad. Y es que son como niños. Esto se habría arreglado si el jefe de protocolo encargado de organizar el acto hubiera sido el recordado e histórico Tomás Martín-Barbadillo, aquel vizconde de Casa González que tenía a los concejales del Ayuntamiento hispalense más derechos que un cirio de un paso de palio. Tomás, además, le gustaba la aeronáutica y voló hasta en el famoso Zeppelin. Si el vizconde, con su pajolera gracia andaluza, llega a estar al mando del protocolo del Parlamento –la Cámara aún no estaba inventada en su tiempo--, allí no hay ni falta de respeto ni rifirrafes entre socialistas y populares. Tomás Martín-Barbadillo que nació en 1897, doce años antes de Blas Infante, conoció al Padre de la Patria Andaluza. Infante, como miles de sevillanos, le gustaba ir a tomar café con bollos de leche en el Ochoa de Sierpes y allí, en numerosas ocasiones, se encontró con el vizconde, cuando la pastelería sevillana se encargaba muchas veces de los desayunos municipales.
¿Qué han ganado los populares con la difusión de su injusta crítica en un acto en el cual era Blas Infante el gran protagonista? Absolutamente nada. Bueno, changar el anual homenaje a Blas Infante, que merecía el respeto de todos los políticos que forman la cuadratura del círculo andaluz. La guerra se deja para el salón del Parlamento. Allí, desde los escaños, es el lugar idóneo para el debate. Y es más hábil y astuto será quien se lleve el gato al agua. Por tanto, el homenaje a Blas Infante tenía que haber estado por encima de batallitas e inquinas. Pero, al parecer, a los populares les faltó temple y buenas maneras.
FERNANDO GELÁN
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